Ahorro Automático: Intención vs Acción
Este post fue escrito por Übox
Actividades que no requieren demasiado esfuerzo: Hacernos promesas. Visualizarnos exitosos. Proponernos cambiar.
Un poco más difícil: Controlar nuestros impulsos. Cumplir los compromisos. Atenerse al plan.
“Eso no aplica conmigo, yo tengo fuerza de voluntad”. Excelente punto de partida; no hemos venido a juzgar. Pero consideremos el caso de Ulises, héroe occidental por default, que supo que atravesaría el peligroso territorio de las sirenas y se imaginó sucumbiendo ante su canto celestial. “Amárrenme al mástil. Tápense los oídos. Si he de cruzar estas aguas, he de hacerlo atado”. Antes de su llegada, las sirenas habían seducido a cientos de marineros, cuyas embarcaciones despedazadas aún flotaban junto a las rocas. Ulises quería escucharlas, pero no podía permitir que lo lleven consigo. Reconoció su propia naturaleza e ideó un mecanismo de compromiso para superar la tentación. Su fuerza de voluntad no iba a ser suficiente. Penélope entenderá.
De vuelta al 2019 y escuchamos ecos de sirenas desde que empieza la jornada. “¿No quisieras dormir cinco minutos más?” “¿Me estás tratando decir de que ese abrigo NO luce genial? ¡Y esta semana está con el 30% de descuento!” “Hoy sí que has trabajado arduamente. ¿Por qué no te recompensas en el bar?” Ah, la realidad. No hace falta cíclopes ni espectros para convertirla en odisea. Hoy queremos detenernos en una sola de sus dificultades: la brecha entre nuestras intenciones y nuestros actos; lo que visualizamos y lo que logramos concretar. Y vamos a hablar, concretamente, sobre nuestros hábitos de ahorro. Difícil imaginar una actividad menos seductora, ¿no es verdad?
Tampoco nos achaquemos antes de tiempo: ahorrar de intuitivo tiene muy poco. Mira todo lo que requiere: este jueves no habrá cerveza con los amigos, tienes que sacrificarte por tu bienestar. Futuro que, además, siempre es un poco incierto. Sin embargo, al acumular estos sacrificios, y posponer las cosechas, puedes alcanzar propósitos inaccesibles para el presente inmediato. Se trata de un mecanismo extraordinario; el asunto es que no es sencillo aplicarlo. ¿Con cuánto, exactamente, debería comenzar? ¿Con qué frecuencia? ¿Lo hago en caso de emergencia, o porque eventualmente me voy a jubilar?
Lo que buscamos no es, por sí mismo, vivir una vida más responsable o hacerle frente al consumismo. Lo que buscamos es retomar el control de nuestros presupuestos. Que en vez de endeudarnos para comprar algo, lo vayamos pagando antes y estemos seguros que sí es lo que estamos buscando. Que no dejemos que nuestras metas importantes no se cumplan por gastos innecesarios. Que más que la plena prosperidad, consigamos llevar una increíble vida financiera.
Pero repetir las ventajas del ahorro, explicarlas, no parece ser la solución. Lo que hemos hallado, tras recurrir a los estudios y a muchas entrevistas, es que la inmensa mayoría de la población sí quiere ahorrar. Entiende los beneficios, está dispuesta a sacrificarse; entiende las consecuencias de no hacerlo. Lo que sucede es que interfiere la realidad.
No solo estamos hablando de las tentaciones del entorno. Quizás lo que pasa es que las opciones para ahorrar que tiene ahora mismo son demasiado rígidas: exigen demasiado compromiso para empezar. Quizás lo que le faltan son motivaciones claras: “¿debería vivir peor hoy por pura precaución?”. Esta es bien frecuente: quizás sí, pero en otro momento.
“Ahorraré cuando tenga posibilidades de hacerlo”. Fantástico, te tomo la palabra. Shlomo Benartzi y Richard Thaler (Nobel de Economía del 2017) habían comprendido bien una faceta de nuestro comportamiento: somos más proclives a comprometernos en el futuro que ahora mismo. Por eso, cuando desarrollaron su plan de ahorro Save More Tomorrow, cuidaron de que la primera tajada del salario del empleado no se guarde ahora mismo, sino el mes entrante. “El auto-control no es un problema en el futuro”, dice Benartzi. “Es un problema ahora mismo”.
Es curioso cómo desvanecemos el poder de la tentación cuando calculamos nuestro desempeño en el mañana: no volveremos a comer pastas, nos acostaremos temprano, trotaremos incansables y nunca nos quedaremos en casa. “Muy bien”, dijeron los científicos Benartzi y Thaler. “Aprovechemos el present bias". De la misma forma, aprovecharon cualquier aumento de sueldo en el futuro para incrementar el porcentaje de ahorros. “Así, el trabajador nunca empeora su estilo de vida, mientras su capital acumulado se sigue incrementando”.
Atarse antes del peligro. Veamos un ejemplo. A Dan Ariely, le habían diagnosticado una extraña enfermedad del hígado, y para tratarla tenía que inyectarse el medicamento pasando un día. Los efectos secundarios incluían náuseas, debilitamiento y fatiga, y tenía que sufrirlo durante un año. Dan, que tenía 13 años, se ingenió un sistema para sobrellevarlo: como quien se premiaba por el daño causado, cada dos días alquilaría una cinta VHS: justo después de la inyección, vería una nueva película. “Al cabo de un año, los médicos me dijeron que era el único de sus pacientes que había cumplido el tratamiento ¿Era porque tenía más fuerza de voluntad? No. Era porque me gustaban las películas”.
La explicación es esta: a largo plazo, el hígado sano es mucho más valioso que los estragos de las inyecciones. Pero en el presente no podemos percibirlo; en el presente percibimos la jaqueca. El hígado sano es casi una abstracción. Sin embargo, al contrarrestar el sacrificio con una recompensa, ambas tangibles e inmediatas, Ariely logró enmarcar su realidad desde otro ángulo y equilibrar su situación. Tal y como Ulises frente a las sirenas, actuó antes de que la tentación - en este caso no inyectarse- lo visitiera.
¿Cuál era la premisa inicial? Lo poco sensual que es ahorrar. No, no era eso: la premisa inicial era que nos cuesta ejecutar y cumplir nuestras promesas. “Emocionalmente, mentalmente, físicamente, asimilamos el dinero ahorrado como dinero perdido”, nos dice Benartzi. Está claro que se trata de un sacrificio. ¿Pero es posible revertir esa percepción? ¿Qué sucede cuando recordamos constantemente que ese dinero en realidad financiará nuestros anhelos más profundos? ¿Y si lo hacemos dinámico? ¿Quizás incluso entretenido?
Al trabajar con Behavioral Economics durante todos estos años hemos descubierto una constante: podemos conseguir cambios poderosos a través de ajustes sutiles. De hecho (y gracias a la tecnología a nuestro alcance, por supuesto), la sutileza suele ser la única manera de aplicarlos. Y es que la brecha que nos separa de cumplir nuestros proyectos no suele consistir en gastos exorbitantes, sino pequeños despilfarros, minúsculos, periódicos, que podemos mitigar y recanalizar sistemáticamente hacia la realidad que realmente queremos vivir.